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CRÓNICA DE UNA HUIDA DESESPERADA II

CRÓNICA DE UNA HUIDA DESESPERADA II

Crónica de Eltziar, II parte. Año 2.008

-“No corras, deslízate”-

   “No corras, deslízate” me dice una voz interior. Continúo.

   El principal problema una vez abandonado los núcleos urbanos es como no, la estrechez del arcén, has de circular en sentido contrario, los focos de los vehículos te deslumbran y apenas te dejan tiempo para reaccionar y esquivar la farola que aparece de manera súbita en tu camino. El camino que hace 71 años “ciento cincuenta mil hombres, mujeres y niños que huyen en busca de refugio, temerosos del ejército nacionalista..” recorrieron pues le iba la vida en ello.

    Ya puedo escuchar el runrún del mar, algo picado por el ligero levante, la bruma marítima atrapa las diminutas partículas de polvo y las coloca sobre el cristal de las gafas, estoy tras una cortina de “claridad blanquecina”. Siempre tuve la sensación de que Málaga vivía de espaldas al mar, que teniendo tantos kilómetros de costa no fuese la navegación el deporte local por excelencia era para mí una paradoja, quizás nuestra relación con el mar sea ambigua, porque en nuestro insconciente sabemos que tarde o temprano por el mar se acerca la catástrofe, cuando no la muerte forjada en los cañones de acero.

    Torre del Mar, Vélez-Málaga. Envío un SMS dando mi localización, al poco estoy devorando un bocadillo de atún junto al primer bar que encuentro, quiero rematarlo con un café caliente, pero no será posible porque la máquina que elabora tan preciado líquido dejó de estar operativa, los dueños están recogiendo y apenas quedan clientes apurando sus últimas consumisiones, así que pido una bebida de cola y sin pérdida de tiempo continúo. De nuevo las aceras kilométricas y los indeseables bordillos serán los obstáculos a superar. No corras, deslízate. 

    Supero la Caleta de Vélez. A veces la carretera te permite saltar tras los cuestionados guardarraíles para la seguridad de los motoristas y encuentras un respiro al duro asfalto. El mar ruge más cerca, casi te salpica sus embestidas. Una fotografía en blanco y negro zarandea mi consciencia, en ella una mujer sentada en el suelo da el pecho a su bebé, junto a ellos alguien tendido de costado no se sabe si muerto o descansando, exhausto, por el esfuerzo de la huida. Con su mirada quiere poner un velo impenetrable entre ellos y la guerra forjada por la locura de los hombres.

    ¿A qué es debido todo esto, es que el mundo se ha vuelto loco? Venid con vuestras razones de muerte que os enseñaré cómo una madre muere, si tengo que morir será dando la vida que vosotros tratáis de arrebatarnos. - Un escalofrío recorre cada fibra de mi cuerpo, un lazo invisible me une a esa mujer y a su indefenso bebé.


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